Esta semana la justicia hizo lo que se esperaba: condenó a reclusión perpetua (la máxima pena prevista en el Código Penal argentino) al todavía cura y ex capellán policial Christian Von Wernich. Lo encontró culpable de participar en 34 secuestros, 31 casos de tortura y tres asesinatos en centros clandestinos de detención regenteados por la temible Policía de Buenos Aires, en el marco del terrorismo de Estado desplegado por las Fuerzas Armadas durante la dictadura militar en Argentina (1976 – 1983).
Mientras Madres de Plaza de Mayo, defensores de los Derechos Humanos, sobrevivientes y familiares de las víctimas estallaban en un abrazo contenido por años y la mayoría de la sociedad acompañaba la decisión de los jueces, las miradas giraron hacia la cúpula de la Iglesia Católica. Por primera vez uno de los suyos era condenado por crímenes de lesa humanidad. Pero allí todo era silencio, apenas un comunicado demasiado tibio, como para lavarse las manos. En el juicio, con testimonios directos, quedó claro que Von Wernich participaba de las torturas y colaboraba en interrogatorios para obtener información de los detenidos. Es decir, todo un partícipe necesario. la institución de los capellanes militares y policiales, de la que Von Wernich formaba parte, “se convirtió en una herramienta ideológica-religiosa para legitimar los atropellos”. Muchos hijos, demasiados para sostener que son apenas ovejas descarriadas. El periodista Washington Uranga, especialista en temas religiososque “el presidente de la Conferencia Episcopal en épocas de la dictadura, Adolfo Servando Tortolo, se mostró siempre como un entusiasta defensor del régimen dictatorial y justificó sus métodos de la misma manera que lo hizo el arzobispo de la Plata, Antonio Plaza (el jefe de Von Wernich) o el de San Luis, Juan Laise, para mencionar algunos”.
Mientras Madres de Plaza de Mayo, defensores de los Derechos Humanos, sobrevivientes y familiares de las víctimas estallaban en un abrazo contenido por años y la mayoría de la sociedad acompañaba la decisión de los jueces, las miradas giraron hacia la cúpula de la Iglesia Católica. Por primera vez uno de los suyos era condenado por crímenes de lesa humanidad. Pero allí todo era silencio, apenas un comunicado demasiado tibio, como para lavarse las manos. En el juicio, con testimonios directos, quedó claro que Von Wernich participaba de las torturas y colaboraba en interrogatorios para obtener información de los detenidos. Es decir, todo un partícipe necesario. la institución de los capellanes militares y policiales, de la que Von Wernich formaba parte, “se convirtió en una herramienta ideológica-religiosa para legitimar los atropellos”. Muchos hijos, demasiados para sostener que son apenas ovejas descarriadas. El periodista Washington Uranga, especialista en temas religiososque “el presidente de la Conferencia Episcopal en épocas de la dictadura, Adolfo Servando Tortolo, se mostró siempre como un entusiasta defensor del régimen dictatorial y justificó sus métodos de la misma manera que lo hizo el arzobispo de la Plata, Antonio Plaza (el jefe de Von Wernich) o el de San Luis, Juan Laise, para mencionar algunos”.
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