El historiador francés Jacques Julliard, autor de numerosos ensayos políticos y comentarista de Le Nouvel Observateur afirma no sin razón que “no hay pueblos culpables. Sólo pueblos inquietos, o que se sienten amenazados”. Y es verdad. Los pueblos no tienen la culpa de los conflictos que asoman en un horizonte determinado, sino las fuerzas que actúan sobre ellos, es decir, quienes tienen en sus manos los resortes del poder y adoptan decisiones que trastocan la vida de las personas. Los pueblos reaccionan ante las agresiones y ante las amenazas. Y muchas veces, es verdad, sus reacciones rebasan incluso lo que están dispuestos a tolerar quienes los oprimen.
Esto viene al caso en el análisis de la grave situación que afronta el país. Los desaciertos del oficialismo -reconocidos incluso por la prensa más conservadora- han engendrado un clima de desgobierno y de violencia que remece la vida nacional y asoma como una amenaza real a la estabilidad política del país. Sin ningún freno y sin ningún decoro el Jefe del Estado se ha tomado la libertad de insultar abiertamente a los docentes y a los trabajadores que demandan atención a legítimos reclamos. Haciendo uso de un lenguaje descomedido, e incluso procaz, ha pretendido descalificar a quienes se movilizan contra sus lineamientos de política, adoptando adicionalmente contra ellos medidas extremas de represión que condenamos con firmeza. Las detenciones ocurridas en los días siguientes al 11 de julio y la captura de decenas de maestros y estudiantes que en la calle protestan contra el régimen y sus orientaciones de manera cotidiana; no puede tener justificación alguna. No constituyen sino abusos incalificables de parte de quien busca derrotar por la fuerza a los sectores del pueblo que recusan sus acciones. Se trata, por cierto, de una metodología incompatible con la historia.
Para un hombre político -decía el mismo Julliard- “hay verdaderamente algo peor que la ignorancia de la historia. Es el uso desconsiderado de ésta”. Y es así. García no solamente abusa de su desconocimiento de la historia –la historia del país y de su propio Partido- sino que, adicionalmente, hace un uso desconsiderado de los acontecimientos para darse razón a sí mismo. Es presa de su propia soberbia, pero también de su torpeza. Porque, en definitiva, refleja una torpeza sin límite el creer que mediante la fuerza se puede vencer en una contienda como la planteada. Ya debiera saber García que un pueblo es imbatible, sobre todo cuando enarbola una bandera justa.
Esto viene al caso en el análisis de la grave situación que afronta el país. Los desaciertos del oficialismo -reconocidos incluso por la prensa más conservadora- han engendrado un clima de desgobierno y de violencia que remece la vida nacional y asoma como una amenaza real a la estabilidad política del país. Sin ningún freno y sin ningún decoro el Jefe del Estado se ha tomado la libertad de insultar abiertamente a los docentes y a los trabajadores que demandan atención a legítimos reclamos. Haciendo uso de un lenguaje descomedido, e incluso procaz, ha pretendido descalificar a quienes se movilizan contra sus lineamientos de política, adoptando adicionalmente contra ellos medidas extremas de represión que condenamos con firmeza. Las detenciones ocurridas en los días siguientes al 11 de julio y la captura de decenas de maestros y estudiantes que en la calle protestan contra el régimen y sus orientaciones de manera cotidiana; no puede tener justificación alguna. No constituyen sino abusos incalificables de parte de quien busca derrotar por la fuerza a los sectores del pueblo que recusan sus acciones. Se trata, por cierto, de una metodología incompatible con la historia.
Para un hombre político -decía el mismo Julliard- “hay verdaderamente algo peor que la ignorancia de la historia. Es el uso desconsiderado de ésta”. Y es así. García no solamente abusa de su desconocimiento de la historia –la historia del país y de su propio Partido- sino que, adicionalmente, hace un uso desconsiderado de los acontecimientos para darse razón a sí mismo. Es presa de su propia soberbia, pero también de su torpeza. Porque, en definitiva, refleja una torpeza sin límite el creer que mediante la fuerza se puede vencer en una contienda como la planteada. Ya debiera saber García que un pueblo es imbatible, sobre todo cuando enarbola una bandera justa.
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